Capítulo:
4
«Nuevos
misterios»
El sol se
acercaba lentamente a su cenit esparciendo su calor sofocante sin
hacer distinciones entre la dos figuras inmóviles que se hallaban
enfrentadas entre sí, separadas por solo unos escasos diez metros de
distancia, mientras una cálida brisa jugaba con sus cabellos
acrecentando el sudor de sus frentes.
Se miraban
fijamente, estudiándose el uno al otro, divisando cada pequeño
movimiento muscular, intentando anticiparse a su oponente. La tensión
en el aire podía cortarse con cuchillo. No debía existir ni el más
mínimo margen de error, pues la vida estaba en riesgo.
Lo
verdaderamente notable de este duelo era que uno de los dos
contrincantes se hallaba desarmado y, aún así, se plantaba con
autoridad frente a su adversario, como quien sabe algo que el otro
ignora, algo que, incluso antes de iniciar el duelo, ya le ha
concedido la victoria.
Una bella
doncella atestigua el enfrentamiento entre estos dos caballeros de la
edad moderna. Su corazón se halla con el duelista desarmado y
su mente no puede alejar la idea de que su amado no habrá de ver la
luz de un nuevo día.
Una nube
solitaria se apiada de todos ellos cubriendo el sol calcinante con su
blancura espectral, otorgándoles un pequeño suspiro que se corta
abruptamente con el grito estridente de uno de los duelistas, grito
que conjura un hechizo para el cual su oponente no tiene defensa
alguna. Un haz de luz cegadora parte de su varita mientras que su
contrincante solo alza la mano con la total seguridad de que el
hechizo no avanzará más allá de ésta.
El joven
desarmado se eleva en el aire producto del impacto del conjuro de su
oponente y vuela hacia atrás cayendo de cualquier forma sobre la
hierba. La doncella corre hacia su amado con la seguridad de que su
vaticinio se ha cumplido. El joven que aún sigue en pie baja la
varita y se acerca lentamente al cuerpo tendido de su adversario.
Es un
hecho, Harry Potter ha perdido. El niño que vivió... está
muerto.
–Es el
décimo Expellarmus que te lanzo y es la décima vez que te manda a
volar como si nada. Si existe un momento en que deberías empezar a
arrepentirte de haber nacido, sería ahora... porque puedo seguir
haciendo esto toda la mañana. –Le dijo socarronamente George.
Harry se
incorporó lentamente con la ayuda de Ginny.
–Se que
puedo detener ese maldito hechizo, solo es... auch... –Las
magulladuras de las caídas ya se hacían sentir– ...cuestión de
tiempo para que lo logre.
–Cuestión
de tiempo para que antes del mediodía tengamos que llevarte al
hospital, diría yo. –Repuso él
conteniendo una carcajada con muy poco éxito.
–Tú solo
haz lo que te pido. –Le recalcó Harry un tanto molesto.
–Como
quieras amigo, es tu salud, no la mía. –Le aclaró el George con
una amplia sonrisa.
Harry se
ubicó de nuevo en posición de duelo.
–¿Por
qué no descansas diez minutos al menos? –Le preguntó su novia.
–No, no
es correcto. Todos están haciendo su parte. Debo seguir. –Le
respondió él.
–Por
Merlín, si vas a ponerte melodramático no te insisto más. Pero al
menos déjame mostrarte como se hace. –Le propuso Ginny.
El muchacho
la miró alzando una ceja. Ella simplemente se posicionó frente a
George y miró de reojo su entorno, para luego posar sus ojos en su
hermano.
–¿Podrías
ahorrarte toda la parafernalia del duelo al estilo del lejano oeste?
Ya estoy mayorcita como para andar jugando a los vaqueritos con un
pequeñín inmaduro como tú.
George no
se hizo esperar.
– ¡Expellarmus!
–Gritó el pelirrojo un tanto ofendido.
El hechizo
pasó de largo impactando en la verja de madera que delimitaba el
jardín. pero esto no era lo que más había impresionado a los
chicos, fue el hecho de que Ginny ya se encontrara a un par de pasos
de él apuntándolo a quemarropa con varita de
George.
Lo que
había sucedido para asombro de los dos muchachos era relativamente
simple. Ginny se había lanzado a un lado haciendo un roll,
esquivando de esta forma el hechizo y tomando en el transcurso una
roca que le lanzó a su hermano dándole con fuerza en la mano que
empuñaba la varita. El dolor del golpe hizo que la soltara y su
hermana la atrapó en el aire con suma rapidez.
–Primero:
observa atentamente tu entorno para saber con que puedes llegar a
contar. Segundo: provoca a tu oponente para que se precipite en su
ataque cometiendo así alguna estupidez. Tercero: usa tus reflejos de
buscador y tu destreza física para esquivar el ataque. Cuarto:
utiliza tu ingenio e inventiva para utilizar algo de tu entorno como
arma. Quinto: aprovecha el momento de aturdimiento de tu enemigo,
desármalo y usa su propia arma contra él. –Le explicó Ginny como
una experta en la materia y luego agregó –Puede que no sirva para
detener un hechizo a mano limpia, pero así, al menos, tendrás más
chances de salir vivo de la contienda.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Pocas eran
las cosas que Ron esperaba de las vacaciones de verano. Poder jugar
al quiddich, al ajedrez mágico o al snap explosivo todo el día; que
nadie le anduviera recordando a cada momento los deberes escolares; y
lo más importante de todo: ¡nunca, jamás, por nada del mundo tener
que acercarse a menos de cien metros de un libro de historia! Y ahora
se hallaba en Hogwarts, haciendo justamente todo lo contrario.
Pasarse el
día entero encerrado en la biblioteca nunca había sido algo que le
agradase demasiado. Solo la compañía de Hermione hacía que fuese
soportable. Ella se encontraba sumergida en el archivo de la
biblioteca buscando algún indicio en el temario de los libros,
achicando así la larga lista de volúmenes a revisar. Cada vez que
leía sobre alguno prometedor, le decía a Ron su nombre y ubicación
para que lo buscara y lo llevara a la mesa de estudio.
–Es la
tercera vez que te lo repito, el libro no está. –Ron comenzaba a
exasperarse frente a la insistencia de su amiga.
–Pues
fíjate de nuevo... tiene que estar ahí. ¿Estás seguro de que
buscaste en el lugar correcto? –Le preguntó desconfiada.
–«Mitos
y leyendas milenarias del mundo mágico»
por Arturius Melkdor, pasillo veintisiete, cuarta sección, estante
numero dos... por última vez... no está. –Afirmó el muchacho.
–Imposible...
–Exclamó asombrada.
–¿Porque
iba a ser imposible? Muchos alumnos piden prestados libros para
estudiar durante el verano, admito que no son la mayoría pero son
unos cuantos... además de ti, claro. –Le recordó Ron mientras se
acercaba a ella.
–Ya se
que los estudiantes se llevan libros a sus casas durante el verano,
lo que me parece imposible es que la señora Pince se haya olvidado
de registrarlo. –La bibliotecaria tenía fama de ser muy meticulosa
con su trabajo.
–¿Que
tratas insinuar? –Le preguntó sin mucho interés.
–Solo que
alguien lo tomó sin permiso –Afirmó
rotundamente.
–¿Quién
robaría un libro de mitos y leyendas? Es absurdo, Hermione. –Le
reprochó con aún menos ganas de seguir la conversación.
–No se...
es solo que me parece extraño que lo hallan tomado durante el
verano.
–¿Como
puedes saberlo? –Inquirió incrédulo.
–Lo se
porque la señora Pince siempre hace el inventario luego del final de
las clases. Si hubiera desaparecido para entonces, lo abría
registrado y, en el libro de faltantes, no figura. –Le explicó
Hermione.
–Da
igual, tenemos demasiados libros que revisar como para hacernos
problema por uno solo. –Le reprochó Ron.
–Harry no
quiere que dejemos cabos sueltos... además ya te dije que es muy
sospechoso. –Le insistió ella.
–Bueno,
si encontrar ese librito te hace feliz entonces fíjate quienes
fueron los últimos en pedirlo prestado. Puede que no sea mucho pero
es un inicio.
–Dame un
momento... –Le
pidió Hermione. –Aquí
esta el registro... El
último fue Dean Thomas.
–Olvídalo,
el Dean que yo conozco no se introduciría furtivamente en Hogwarts,
en pleno verano, para robar un libro... –Descartó
Ron. –Dime
quienes lo pidieron antes que él.
–Déjame
ver... Neville... Cedric Dígory... Ginny... –Ron se tensó
al escuchar el nombre de su hermana –Y...
Draco Malfoy... –Concluyó sorprendida.
Ron meneó
la cabeza.
–Se lo
que estas pensando Hermione, pero no. Si Ginny hubiera leído algo
sobre magia sin varita en ese libro, se lo habría comentado a Harry.
–¿Y que
tal si lo olvidó o no lo leyó todo? –Le sugirió su amiga.
El muchacho
no le contestó. Solo se limitó a caminar hacia la salida.
–¿A
donde vas? –Le preguntó Hermione extrañada por su comportamiento.
–A
preguntarle a Hagrid si no lo tomo él... ya sabes... si menciona la
leyenda de algún monstruo horripilante, entonces es seguro que lo
estará leyendo. –Le
contestó antes de cruzar la puerta.
Hermione
volvió a leer el temario del libro: «El
pasaje al otro mundo»,
«La
cámara secreta de Slytherin»,
«La
Hermandad»,
«La
bestia de Riswerrinder” y «La
palabra de los antiguos dragones»
eran algunas de las leyendas y mitos de los que trataba el libro.
Dejó el
temario de lado y se puso a investigar en el libro de préstamos,
buscando los nombres de los libros que había pedido Malfoy.
–Nunca se
sabe... –Se dijo a sí
misma.
Ron se
dirigió a la planta baja, preguntándose que tan importante podía
ser un simple libro de mitos y leyendas. De no haber sabido en qué
se había metido su hermana, la coincidencia de nombres no le habría
llamado la atención; estando al tanto de la situación, le hacía
dudar. ¿Era posible que Ginny supiese más de lo que le había
dicho? Ya no sabía que creer.
Al llegar
al hall de entrada se detuvo, dudaba seriamente que Hagrid hubiese
tomado el libro. Solo lo había dicho como excusa para salir de la
biblioteca. Nunca había sido su lugar de preferencia para pensar con
tranquilidad.
Temía por
lo que el futuro le deparaba
a su hermana. «Si
al menos tuviese un indicio de como podía terminar todo...»
Una idea
llegó a su mente. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y
sacó un trozo de pergamino plegado que le había dado Harry.
–En caso
de que surjan problemas. –Le había dicho su amigo.
Bueno,
aquel era un buen momento para utilizarlo.
–«Juro
solemnemente que mis intenciones no son buenas»
–Sus palabras hicieron visible el mapa del merodeador.
Le echó
una ojeada al igual que lo había hecho cuando llegaron para
asegurarse de que no hubiera ningún intruso en el castillo. Los
únicos nombres que aparecían en el mapa eran los de Hagrid,
McGonagall, Filch, la Señora Norris, Trelawney y Firenze. La
elección que debía tomar era irrisoria, por lo
que
no perdió más tiempo y se dirigió a una de las aulas de la planta
baja.
Golpeó la
puerta y una voz familiar lo invitó a pasar. Al entrar se encontró
con el ya familiar verdor del bosque y el cielo estrellado que
brillaba intensamente. Justo en el claro que se hallaba en el centro
del aula, estaba Firenze observando los astros.
–Señor
Weasley, pase. ¿Puedo ayudarlo en algo? –Le preguntó amablemente
el centauro.
–Bueno
profesor, espero que sí. –Le contestó Ron acercándose despacio.
–«Marte
brilla más intensamente que nunca»
–Le soltó Firenze como al pasar.
–Marte...
–repitió el muchacho reflexionando– el
dios romano de la guerra... ¿Acaso significa que la lucha entre
Harry y Voldemort se hará más intensa?
–¿Seguro
que quieres ser auror como Harry? Puede que tuvieras un buen futuro
en la lectura de los astros. –Ron sonrió.
–No lo
se... de haberlo tenido a usted como profesor en tercer año, tal vez
mis prioridades habrían sido otras. –Dijo devolviéndole el
cumplido.
–Quizás,
pero todos tenemos un camino que seguir, un camino pautado por los
cielos. –Le explicó Firenze.
–Profesor...
¿Es posible que uno pueda saber el futuro de una persona
determinada, saber todo lo que le va a suceder? –Le preguntó Ron.
–¿Temes
por la vida de tu amigo Harry? –Indagó el centauro mientras volvía
a dirigir su mirada a los cielos.
–No, no
es él. Harry siempre se ha enfrentado a toda clase de peligros y los
ha sabido sortear. –Descartó el pelirrojo.
–¿Entonces?
–Mi...
hermana Ginny. –Le contestó lentamente Ron.
–Bien...
ante todo responderé a tu pregunta. No, no es posible saber todo
pequeño suceso de la vida de una persona, solo los más importantes,
aquellos que definen quienes somos y que condicionan nuestras
acciones. –Le explicó su profesor y luego le preguntó –¿Que es
exactamente lo que tú quieres saber sobre el futuro de tu hermana?
–Bueno,
por decirlo de alguna manera, quisiera saber si sobrevivirá a lo que
pronostica el brillo de Marte. –Le aclaró Ron con una media
sonrisa.
–¿Solo
eso?
–Eh... y
si es posible, si... sigue estando de nuestro lado. –Le contestó
inseguro.
–¿Dudas
de su lealtad? –Le preguntó el centauro volviendo a posar la
mirada en él.
Ron sintió
que se empequeñecía frente a los ojos inescrutables de Firenze.
–No, es
solo que... ya no se que creer. –Balbuceó el muchacho.
–No te
dejes cegar por las dudas. Existen pocos lazos difíciles de cortar y
uno de ellos es el lazo de la sangre. Cuando llegue el momento final,
será la sangre la que incline la balanza. –Lo alentó el centauro.
–Al menos
quisiera no andar a ciegas cuando llegue ese final. –Dijo el
pelirrojo luego de exhalar un largo suspiro.
–Realmente
comienzo a pensar que podrías haber sido un centauro en tu vida
anterior... –Le sugirió con una sonrisa.
–Lo
dudo... es mucho más
probable que lo haya sido Hermione. –Le aclaró Ron devolviéndole
la sonrisa.
–Joven
Weasley, no toda la sabiduría se adquiere en los libros. La mayor
parte se consigue al vivir; y existe una pequeña parte, pero no por
ello menos importante, que es innata en cada uno. Esa es la sabiduría
del alma. La que se rige por nuestro corazón más que por nuestra
razón. Nosotros la llamamos «la
voz de los ancestros».
Ron guardó
silencio durante un momento. Había recibido el mayor cumplido de
parte de un centauro. La verdad es que dudaba mucho de que su
sabiduría le llegara siquiera a los talones de la de un centauro, lo
único que pudo decir fue «gracias»,
mientras que hacía una reverencia en señal de humildad.
–Para que
pueda leer en los astros el futuro de tu hermana, primero necesito
saber su fecha y hora exacta de nacimiento para calcular la posición
precisa de los astros en el momento en que fue dada a luz. –Le
explicó Firenze.
Ron le dijo
la fecha pero en cuanto a la hora de nacimiento...
–No
recuerdo la hora exacta. Solo se que fue al momento del amanecer, lo
recuerdo porque mi madre nos contó la historia un millón de veces.
Dijo que Ginny había nacido en el mismo momento en que nacía un
nuevo día.
–Bien eso
quiere decir... que nació a las... cuatro y treinta y nueve de la
mañana. –Afirmó el centauro.
–¿Como
hizo para saberlo? –Preguntó el muchacho asombrado.
–Para un
centauro las matemáticas son sencillas, no encierran ningún
misterio. Son los astros, en cambio, los que presentan el verdadero
reto. Interpretarlos de la forma correcta lleva tiempo, a veces más
de una vida...
–¿Que
otra cosa necesita profesor? –Preguntó Ron.
–Pues,
como ya te dije, tiempo. Vuelve
mañana después del desayuno y te diré lo que deseas saber, pero
recuerda...
–Lo se,
profesor: hasta un centauro puede equivocarse. –Lo interrumpió él.
–Veo que,
después de todo, has prestado atención en clase... Hasta mañana.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Faltaba ya
solo una hora para que el banco de Gringotts cerrara sus puertas.
Bill se encontraba contando los minutos para que finalizara su
horario de trabajo. La verdad era que el trabajo administrativo no le
parecía ni la décima parte de excitante como lo era su antiguo
trabajo en Egipto. Aquí no tenía ninguna maldición de un antiguo
sacerdote egipcio para deshacer, solo balances de cuentas. Las
razones por las que no enviaba todo al diablo y regresaba a Egipto
eran: su familia, su futura esposa y una mordida de hombre lobo que
requería de una poción un tanto difícil de conseguir.
Los
medimagos le habían aconsejado que tomara la poción matalobos de
por vida, pues, si bien parecía que la maldición no lo había
afectado, era posible que esta se mantuviera latente en su cuerpo y
que se le declarara meses o años más tarde. La falta de registros
de casos como el suyo hacía difícil un diagnóstico exacto.
–Toma
siempre la poción, de esa forma si algún día te conviertes,
seguirás siendo tú mismo. Incluso, ya que la maldición sería
mucho más débil en ti que en un caso típico, el solo hecho de
tomarla podría simplemente evitar la transformación. Vuelve a
hacerte un control cada mes, una semana antes de la luna llena.
Quiero seguir tu caso de cerca. –Fueron las palabras del medimago.
Así que
ahí estaba, impaciente porque el reloj marcara las tres y pudiera
huir de esa pesadilla de extracciones, préstamos, cobros y otras
transacciones de las que nunca había oído hablar hasta el día de
su traslado.
–Kaufling,
voy por un café ¿Quieres que te traiga algo? –Le preguntó a su
compañero de oficina.
–No,
gracias, estoy bien. –Le respondió el duende.
Bill salió
de la pequeña oficina y se dirigió al hall central donde estaban
las maquinas de café. Al llegar se encontró con el ya típico
panorama. Una fila eterna en las tres cajas de extracciones mientras
que las veinte de pagos no superaban las dos personas de espera. Se
le hacía obvio que a los duendes les gustaba más que los galeones
entraran a que salieran...
Entonces
algo llamó su atención, en el mostrador de atención al cliente se
hallaba una joven que hablaba acaloradamente con el duende de esa
sección. Duifleng, el duende a cargo, se hallaba con licencia por
enfermedad así que éste
debía de ser solo un reemplazo. Bill no podía escuchar lo que
decían, no solo debido al barullo general sino porque, al parecer,
también mantenían la voz lo suficientemente baja como para no armar
un escándalo.
Al final el
duende se alejó en dirección a las oficinas de la gerencia y la
joven pareció calmarse. Entonces volteó hacia donde estaba él
y sus miradas se cruzaron.
El muchacho
no pudo evitar sonreírle a tan hermosa joven. Había algo en ella
que le resultaba familiar.
Tenía el
pelo largo y lacio, negro como la noche, la tez blanca y unos ojos
verdes brillantes como esmeraldas. Por lo que le pareció a Bill, la
chica debía tener, más o menos, la edad de su hermano Ron.
La joven
desvió rápidamente la mirada y volvió a darle la espalda. El
muchacho recordó las cicatrices que ahora surcaban su rostro y no la
culpó por hacerlo. Tomó el café de la máquina expendedora y
volvió a su oficina.
–¿Impaciente
por irte? –Le preguntó su compañero de oficina cuando Bill volvió
a comprobar
el reloj por décima vez.
–¿Tan
obvio es? –Dijo Bill poniendo cara de sorprendido.
–Nunca
más de lo usual. –Le respondió con una sonrisa.
–Preferiría
estar encerrado en la gran pirámide, rodeado de las peores
maldiciones egipcias antes de tener que ahogarme entre estos papeles.
–Se quejó. –Es tan...
–¿Aburrido?
–Le preguntó su compañero con sorna.
–Exacto,
no hay emoción. –Le resaltó Bill.
–Estas
loco. ¿Lo sabías?
–No más
que la mayoría. –Le recalcó él sonriendo.
El reloj
marcó las tres y Bill se apresuró para juntar sus cosas.
–Espero
que hayas
terminado con los balances de la familia Roglan o el jefe te va a dar
el gusto de encerrarte en lo más profundo de la gran pirámide. –Le
advirtió el duende.
–Querido
amigo, no solo terminé el balance de los Roglan sino que también
deje listos los de las familias Bennett, Fredwald, Atkinson y Bones.
–Le aclaró seriamente.
El duende
se quedó mudo.
–Digo que
este trabajo es aburrido simplemente porque no representa ningún
reto para mí. –Le aclaró haciéndose el agrandado.
Bill se
despidió de su compañero y salió de su oficina.
Al llegar a
hall central se encontró nuevamente con la misma joven que,
acompañada por el gerente volvía de las oficinas de la dirección.
Bill se sorprendió pues debía de ser de una familia más que rica
como para que el gerente del banco la atendiera personalmente, ni
siquiera los Malfoy recibían ese honor.
Mientras
más la miraba, más se le hacía conocida, quizás la hubiese visto
en algunas de sus visitas a
Hogwarts pero le parecía difícil que se olvidara de una joven tan
bonita como esa.
Mientras se
debatía internamente, la joven se despidió del gerente y se dirigió
a la salida. Bill la siguió. No sabía por que lo hacía,
simplemente la curiosidad lo impulsaba a ello. La joven anduvo un par
de cuadras por el callejón Diagon hasta detenerse frente a la tienda
de Ollivander. Miró por un momento la vidriera y luego entró.
Bill esperó
unos minutos frente al correo de lechuzas pero comenzó a sentirse
como un estúpido.
«¿Por
qué diablos estoy haciendo esto? Parezco un tonto adolescente al
seguir a una chica de esta forma»
Se reprendió mentalmente. «Peor,
si se da cuenta creerá que la estoy acechando y lo último que me
faltaría es que me manden a Azkaban por pervertido... Aunque lo mas
probable es que, después de que Fleur se entere, no quede lo
suficiente de mi como para no enviarme más que al cementerio»
Una media
sonrisa asomó en su rostro.
«En
fin... nunca es un mal momento para hacerle un control a mi
varita...»Se
dijo mientras caminaba hacia el negocio.
Ollivander
se encontraba acomodando algunas cajas. Pero lo extraño era que
estaba solo. No había señales de la misteriosa joven.
–Señor...
Weasley ¿Verdad? ¿A que le debo el honor de su visita? ¿Problemas
con su varita? –Le preguntó el anciano.
–No, solo
vengo a hacerle un testeo de rutina. –Le contestó Bill.
–Muy
bien, déjeme verla. –Le solicitó el anciano.
Bill le
entregó su varita.
–Veamos...
a simple vista parece estar en buen estado, tiene algunas marcas
típicas del uso, pero nada más que pueda apreciar... ¿Alguna razón
particular por la que quiere testearla? –Indagó Ollivander.
–Sólo
es un formalismo que exigen en el banco. –Mintió él.
–Ah...
necesita un certificado por escrito, entonces.
–Sí, por
favor –Le solicitó Bill siguiéndole la corriente.
–Bien,
espere unos momentos, mientras le realizo el control –luego de
decir esto, el anciano se fue hacia el fondo del negocio donde tenía
su banco de trabajo.
A Bill le
parecía muy extraño que la joven se hubiera desaparecido dentro del
local, ya que, más
allá de que no estaba bien visto hacerlo dentro de un negocio, la
joven no parecía haber alcanzado la mayoría de edad como para
hacerlo y que el dueño de la tienda no la denunciara al ministerio
por ello.
–¿Por
acaso vio a una joven de cabello
oscuro y ojos
verdes? –Le Preguntó Bill tanteando la situación.
–Pues no
¿Por qué lo pregunta? –Indagó Ollivander.
–Es que
se olvidó su chaqueta
en el banco y de lejos, creí ver que había entrado en su negocio.
–Mintió el muchacho.
–Quizás
haya
visto mal... usted es la primera persona que entra en al menos...
unas dos horas...
Pues no, no
había visto mal y el hecho de que un hombre de la talla de
Ollivander la estuviera encubriendo de esa forma daba para
sospechar...
Bill
comenzó a registrar el lugar con ojo crítico, el mismo que usaba
cuando se internaba en las tumbas plagadas de trampas de Egipto,
buscando algún indicio que le comprobara que el anciano, por alguna
extraña razón, le estaba mintiendo.
Sobre el
mostrador había un libro grande abierto, parecía ser el libro donde
quedaban asentadas las ventas del negocio. Bill se acercó
disimuladamente y lo ojeó buscando el último nombre. Si la chica
había comprado algo, su nombre aparecería en el libro.
El muchacho
tubo que leerlo varias veces para estar seguro de que había
interpretado bien la escritura.
–Aquí
tiene señor Weasley. Me alegra informarle que su varita se encuentra
en excelentes condiciones. –Le dijo Ollivander mientras se la
devolvía. –Funciona tan bien como cuando se la vendí hace años.
Bill
recibió la varita de forma mecánica pues su mente se hallaba
ocupada procesando lo que acababa de leer.
–¿Se le
ofrece algo más? –Le preguntó el anciano mientras le extendía el
certificado.
–Sabe...
–Le dijo poniendo su mano sobre el libro... –Necesito que
responda otra pregunta...
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Ron y
Hermione se pasaron todo resto del día sumidos entre libros de
historia, y pese a haber contado con la ayuda de Hagrid y McGonagall,
no obtuvieron ningún dato substancial, solo un par de casos de magia
accidental donde los perpetradores terminaron muertos... o mucho
peor.
El muchacho
desplegó el mapa del merodeador, no estaba de más ser
extremadamente precavido pues
Hogwarts ya no era un lugar seguro. Tal como lo comprobó en el mapa,
los dos se hallaban solos en la sala común de Gryffindor y el resto
de la torre se hallaba vacía.
–Ron,
deja ese mapa, cada vez pareces más paranoico. –Se quejó
Hermione.
–Solo
estoy siendo cuidadoso. –Se defendió él.
–Bien, la torre está despejada, la entrada tiene una nueva
contraseña y
McGonagall ya aseguró las ventanas. Solo
queda activar un alarma mágica aquí y otra en la escalera.
–«Las
escaleras»,
querrás decir. –Le corrigió Hermione.
–No,
escuchaste bien. Tú dormirás conmigo en mi habitación. –Le
aclaró Ron.
Hermione se
sonrojó al escuchar su propuesta.
–N...
no... Ni loca, yo dormiré en mi habitación. –Balbuceó ella.
–Merlín,
no te pongas testaruda y haz lo que te digo. –Le pidió el muchacho
intentando mantener la calma.
–No, Ron.
Deja de insistir. –Le exigió Hermione.
–Mira
Hermione, en la biblioteca mandas tú, ese es tu territorio, pero
fuera de ella yo estoy a cargo. Le prometí a Harry que te mantendría
a salvo y pienso cumplir esa promesa. –Sentenció Ron.
–Bonita
forma, aprovechando la primera ocasión para intentar... ¡No me
había dado cuenta de cuan pervertido eres, Ron! –Le espetó ella
furiosa.
–P…
pero... –Ron tardó un momento en comprender las palabras de su
amiga.
El muchacho
lanzó una risotada, y se dejó caer en un sillón. La chica lo
miraba con odio.
–¿De
verdad me crees tan basura como para aprovecharme de la situación?
Creí que tenías un mejor concepto de mí. –Ella aún mantenía su
postura. –Yo dormiré en mi cama y tú en la de Harry.
Hermione
abrió grande los ojos al escuchar las palabras de su amigo y luego
bajó la cabeza avergonzada por su metida de pata.
–Lo
siento, es que... yo... –Intentó excusarse.
–No te
disculpes, yo me expresé mal. –La frenó él.
–La cuestión es simple. Si un mortífago llegara a entrar en la
torre, tendríamos más chances de mantenernos vivos si estamos
juntos a que si andamos cada cual por su habitación.
–Tienes
razón y... –Intentó decir ella.
–Olvídalo.
¿Quieres? Mejor vámonos a dormir. –Le pidió el muchacho con voz
cansada.
– ¿Sabes?
Debería reconocer que te has vuelto todo un estratega... –Le
comentó su amiga mientras subían las escaleras.
–¿Que
puedo decir? Soy el mejor ajedrecista del mundo mágico. «Estrategia»
es mi segundo nombre. –Bromeó Ron.
–No te
agrandes demasiado. –Le advirtió su amiga. –Ya
encontrarás la horma de tu zapato, Ronald «Estrategia»
Weasley.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
La luz de
la luna se filtraba entre las copas de los árboles iluminando
precariamente el sendero que habría de seguir la persona que la
figura encapuchada estaba esperando con impaciencia. Las horas
pasaban y aún no había señales de ella.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Ron no
dejaba de dar vueltas en la cama, estaba extremadamente cansado, pero
aún así no podía conciliar el sueño.
–¿Te
sientes bien, Ron?
–Si, es
solo que no puedo dormir.
Hermione
corrió las cortinas de la cama de Ron y se arrodilló a su lado.
–¿Quieres
hablar? –Le preguntó su amiga.
–¿Hablar?
¿De que? –Inquirió el muchacho
haciéndose el distraído.
–Ron, no
soy tan tonta como para no darme cuenta de que te ocurre algo. Hace
un par de días que te noto preocupado. Al principio pensé que era
por lo de Malfoy, al igual que todos nosotros, pero llegado el caso
hasta el propio Harry lo estaría llevando mejor que tú. –Le
comentó ella. –Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
El muchacho
se sentó en la cama y lanzó un largo suspiro.
–Supongo
que si no se lo cuento a alguien terminaré por estallar.
–Entonces
adelante, cuéntame. –Lo invitó mientras se sentaba a su lado.
Ron le tomo
la mano.
–Bueno,
verás... se trata de... –La chica se tensó. –Ginny.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Una sombra
se movió en el sendero, pero la figura no se inmutó. Podía sentir
su presencia a cientos de metros de distancia tal y como si se
encontrara a su lado.
–Te
tardaste. ¿Sucedió algo? –Le preguntó el muchacho.
–No, solo
quería asegurarme de que nadie me siguiera. –Respondió ella.
–¿Como
va todo?
–Supongo
que como era de esperarse, Harry sigue empeñado en emularte y lo
único que ha conseguido es pasarse la mayor parte del día en el
piso.
–¿Crees
que podría lograrlo sin ayuda? –Indagó él.
–Ni en un
millón de años. Lo bueno es que, de esta forma, se mantiene ocupado
y ya no piensa ni en la orden, ni en buscar los horcruxes.
–Perfecto,
te dije que no habría nada de que preocuparse. –Le recordó el
joven sonriendo.
–Si lo
hay... –Afirmó ella lentamente.
–¿Que?
–Preguntó él.
–Ron
escuchó nuestra conversación. Ayer intentó darme un sermón al
respecto. –Le respondió Ginny.
–¿Y tú
que hiciste?
–¿Pues
que crees? Me ceñí al plan.
–¿Te
creyó? –Indagó él, aunque ya sabía la respuesta.
–Creo que
fui lo suficientemente convincente, pero es solo cuestión de tiempo
para que abra la bocota y se lo cuente a alguien, probablemente a
Hermione.
El joven
alzó la vista al cielo con gesto pensativo.
–Lo
siento, es mi culpa, debería haberme asegurado de que estaríamos
solos. –Se disculpó Ginny.
–Ya una
vez te dije que las disculpas no sirven de nada. –Le recordó
Malfoy –Además, esta vez tengo un plan de contingencia.
Ginny lo
miró seriamente.
–¿Guerra?
–Eso era lo que ella más temía.
–Pues...
me temo que la solución "quirúrgica" ya no es una opción.
–Le remarcó él.
–Pero
debe de haber otra forma. Quizás si hablaras con... –Intentó
sugerir Ginny.
–No, él
me encomendó este trabajo y no pienso volverle a fallar. –Dijo el
muchacho terminante.
–Solo
quiero que esto termine de una buena vez... –Le confesó ella.
–Lo se,
estás harta de interpretar el papel de la dulce e inocente Ginny;
quieres gritarle a todo el mundo quién eres realmente. Yo ya he
pasado por eso hermanita. Ten paciencia, ya falta muy poco para que
todo termine. –Le dijo el muchacho mientras la abrazaba.
–Esta
bien, «hermanito».
Dime que debo hacer.
–Tú
reúne a los tuyos y «encárgate»
de Harry. Yo me ocupo del resto. –Le ordenó Malfoy.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Hermione no
podía creer lo que sus oídos acababan de escuchar. ¿Ginny
pretendía convertirse en una espía de la orden?
–¿Y le
creíste? –Le preguntó la muchacha con un hilo de voz.
–Realmente
no me conoces. ¿Verdad? –Le reprochó Ron. –¡Por supuesto que
no le creí!
–¿Que
parte de su historia no te cierra? –Le preguntó ella.
–Supongo
que la forma con la que reaccionó cuando Malfoy le reconoció el
haber matado a los Dursley. –Hermione guardó silencio. –La Ginny
que yo conozco, le habría sacado lo ojos a ese maldito por haber
hecho sufrir a alguien a quien ama.
–¿Podría
ser posible que Malfoy la tenga bajo el maleficio Imperius? –Aventuró
su amiga.
–No lo
se, al menos eso espero. No me gustaría enfrentarme al dilema que se
me presentaría de no ser así. –Le comentó Ron.
–¿A que
te refieres?
–Que no
quisiera tener que elegir entre ella y Harry. –Le explicó
apesadumbrado.
Hermione no
podía creer las palabras de su amigo.
–¿Insinúas
que si tu hermana fuera una mortífaga, considerarías el unirte a
Voldemort?
–Ginny es
mi hermana, sabes que haría lo que fuera por mantenerla a salvo. –Le
recalcó él.
–¿Incluso
venderle el alma al diablo?
–Si no me
quedara otra opción, sí, lo haría. –Admitió
Ron.
–¿Y que
si Voldemort te exige que mates a Harry? –Le preguntó ella
desafiante.
–Nunca
tendría la menor chance de vencerlo. –Respondió él descartando
la idea. –Al menos mi muerte serviría para que Ginny comprendiera
que estaba equivocada.
–¿Y
si... si te enviara a por mí? –Preguntó ella con a penas un hilo
de voz.
Ron bajó
la vista.
–Entonces
me quitaría la vida... –Afirmó en voz baja. –Te amo demasiado
como para poder hacerte el menor daño.
Hermione se
quedo paralizada con su declaración.
–Lo
siento. –Se disculpó Ron al ver la cara de su amiga. –La falta
de sueño me esta haciendo decir... –No pudo terminar la frase,
Hermione lo calló con un largo y dulce beso en los labios.
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