Capítulo IV: «Nuevos misterios»



Capítulo: 4



«Nuevos misterios»


El sol se acercaba lentamente a su cenit esparciendo su calor sofocante sin hacer distinciones entre la dos figuras inmóviles que se hallaban enfrentadas entre sí, separadas por solo unos escasos diez metros de distancia, mientras una cálida brisa jugaba con sus cabellos acrecentando el sudor de sus frentes.

Se miraban fijamente, estudiándose el uno al otro, divisando cada pequeño movimiento muscular, intentando anticiparse a su oponente. La tensión en el aire podía cortarse con cuchillo. No debía existir ni el más mínimo margen de error, pues la vida estaba en riesgo.

Lo verdaderamente notable de este duelo era que uno de los dos contrincantes se hallaba desarmado y, aún así, se plantaba con autoridad frente a su adversario, como quien sabe algo que el otro ignora, algo que, incluso antes de iniciar el duelo, ya le ha concedido la victoria.

Una bella doncella atestigua el enfrentamiento entre estos dos caballeros de la edad moderna. Su corazón se halla con el duelista desarmado y su mente no puede alejar la idea de que su amado no habrá de ver la luz de un nuevo día.

Una nube solitaria se apiada de todos ellos cubriendo el sol calcinante con su blancura espectral, otorgándoles un pequeño suspiro que se corta abruptamente con el grito estridente de uno de los duelistas, grito que conjura un hechizo para el cual su oponente no tiene defensa alguna. Un haz de luz cegadora parte de su varita mientras que su contrincante solo alza la mano con la total seguridad de que el hechizo no avanzará más allá de ésta.

El joven desarmado se eleva en el aire producto del impacto del conjuro de su oponente y vuela hacia atrás cayendo de cualquier forma sobre la hierba. La doncella corre hacia su amado con la seguridad de que su vaticinio se ha cumplido. El joven que aún sigue en pie baja la varita y se acerca lentamente al cuerpo tendido de su adversario.

Es un hecho, Harry Potter ha perdido. El niño que vivió... está muerto.



Es el décimo Expellarmus que te lanzo y es la décima vez que te manda a volar como si nada. Si existe un momento en que deberías empezar a arrepentirte de haber nacido, sería ahora... porque puedo seguir haciendo esto toda la mañana. –Le dijo socarronamente George.

Harry se incorporó lentamente con la ayuda de Ginny.

Se que puedo detener ese maldito hechizo, solo es... auch... –Las magulladuras de las caídas ya se hacían sentir– ...cuestión de tiempo para que lo logre.

Cuestión de tiempo para que antes del mediodía tengamos que llevarte al hospital, diría yo. –Repuso él conteniendo una carcajada con muy poco éxito.

Tú solo haz lo que te pido. –Le recalcó Harry un tanto molesto.

Como quieras amigo, es tu salud, no la mía. –Le aclaró el George con una amplia sonrisa.

Harry se ubicó de nuevo en posición de duelo.

¿Por qué no descansas diez minutos al menos? –Le preguntó su novia.

No, no es correcto. Todos están haciendo su parte. Debo seguir. –Le respondió él.

Por Merlín, si vas a ponerte melodramático no te insisto más. Pero al menos déjame mostrarte como se hace. –Le propuso Ginny.

El muchacho la miró alzando una ceja. Ella simplemente se posicionó frente a George y miró de reojo su entorno, para luego posar sus ojos en su hermano.

¿Podrías ahorrarte toda la parafernalia del duelo al estilo del lejano oeste? Ya estoy mayorcita como para andar jugando a los vaqueritos con un pequeñín inmaduro como tú.

George no se hizo esperar.

¡Expellarmus! –Gritó el pelirrojo un tanto ofendido.

El hechizo pasó de largo impactando en la verja de madera que delimitaba el jardín. pero esto no era lo que más había impresionado a los chicos, fue el hecho de que Ginny ya se encontrara a un par de pasos de él apuntándolo a quemarropa con varita de George.

Lo que había sucedido para asombro de los dos muchachos era relativamente simple. Ginny se había lanzado a un lado haciendo un roll, esquivando de esta forma el hechizo y tomando en el transcurso una roca que le lanzó a su hermano dándole con fuerza en la mano que empuñaba la varita. El dolor del golpe hizo que la soltara y su hermana la atrapó en el aire con suma rapidez.

Primero: observa atentamente tu entorno para saber con que puedes llegar a contar. Segundo: provoca a tu oponente para que se precipite en su ataque cometiendo así alguna estupidez. Tercero: usa tus reflejos de buscador y tu destreza física para esquivar el ataque. Cuarto: utiliza tu ingenio e inventiva para utilizar algo de tu entorno como arma. Quinto: aprovecha el momento de aturdimiento de tu enemigo, desármalo y usa su propia arma contra él. –Le explicó Ginny como una experta en la materia y luego agregó –Puede que no sirva para detener un hechizo a mano limpia, pero así, al menos, tendrás más chances de salir vivo de la contienda.



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Pocas eran las cosas que Ron esperaba de las vacaciones de verano. Poder jugar al quiddich, al ajedrez mágico o al snap explosivo todo el día; que nadie le anduviera recordando a cada momento los deberes escolares; y lo más importante de todo: ¡nunca, jamás, por nada del mundo tener que acercarse a menos de cien metros de un libro de historia! Y ahora se hallaba en Hogwarts, haciendo justamente todo lo contrario.

Pasarse el día entero encerrado en la biblioteca nunca había sido algo que le agradase demasiado. Solo la compañía de Hermione hacía que fuese soportable. Ella se encontraba sumergida en el archivo de la biblioteca buscando algún indicio en el temario de los libros, achicando así la larga lista de volúmenes a revisar. Cada vez que leía sobre alguno prometedor, le decía a Ron su nombre y ubicación para que lo buscara y lo llevara a la mesa de estudio.

Es la tercera vez que te lo repito, el libro no está. –Ron comenzaba a exasperarse frente a la insistencia de su amiga.

Pues fíjate de nuevo... tiene que estar ahí. ¿Estás seguro de que buscaste en el lugar correcto? –Le preguntó desconfiada.

«Mitos y leyendas milenarias del mundo mágico» por Arturius Melkdor, pasillo veintisiete, cuarta sección, estante numero dos... por última vez... no está. –Afirmó el muchacho.

Imposible... –Exclamó asombrada.

¿Porque iba a ser imposible? Muchos alumnos piden prestados libros para estudiar durante el verano, admito que no son la mayoría pero son unos cuantos... además de ti, claro. –Le recordó Ron mientras se acercaba a ella.

Ya se que los estudiantes se llevan libros a sus casas durante el verano, lo que me parece imposible es que la señora Pince se haya olvidado de registrarlo. –La bibliotecaria tenía fama de ser muy meticulosa con su trabajo.

¿Que tratas insinuar? –Le preguntó sin mucho interés.

Solo que alguien lo tomó sin permiso –Afirmó rotundamente.

¿Quién robaría un libro de mitos y leyendas? Es absurdo, Hermione. –Le reprochó con aún menos ganas de seguir la conversación.

No se... es solo que me parece extraño que lo hallan tomado durante el verano.

¿Como puedes saberlo? –Inquirió incrédulo.

Lo se porque la señora Pince siempre hace el inventario luego del final de las clases. Si hubiera desaparecido para entonces, lo abría registrado y, en el libro de faltantes, no figura. –Le explicó Hermione.

Da igual, tenemos demasiados libros que revisar como para hacernos problema por uno solo. –Le reprochó Ron.

Harry no quiere que dejemos cabos sueltos... además ya te dije que es muy sospechoso. –Le insistió ella.

Bueno, si encontrar ese librito te hace feliz entonces fíjate quienes fueron los últimos en pedirlo prestado. Puede que no sea mucho pero es un inicio.

Dame un momento... –Le pidió Hermione. –Aquí esta el registro... El último fue Dean Thomas.

Olvídalo, el Dean que yo conozco no se introduciría furtivamente en Hogwarts, en pleno verano, para robar un libro... –Descartó Ron. –Dime quienes lo pidieron antes que él.

Déjame ver... Neville... Cedric Dígory... Ginny... –Ron se tensó al escuchar el nombre de su hermana –Y... Draco Malfoy... –Concluyó sorprendida.

Ron meneó la cabeza.

Se lo que estas pensando Hermione, pero no. Si Ginny hubiera leído algo sobre magia sin varita en ese libro, se lo habría comentado a Harry.

¿Y que tal si lo olvidó o no lo leyó todo? –Le sugirió su amiga.

El muchacho no le contestó. Solo se limitó a caminar hacia la salida.

¿A donde vas? –Le preguntó Hermione extrañada por su comportamiento.

A preguntarle a Hagrid si no lo tomo él... ya sabes... si menciona la leyenda de algún monstruo horripilante, entonces es seguro que lo estará leyendo. –Le contestó antes de cruzar la puerta.

Hermione volvió a leer el temario del libro: «El pasaje al otro mundo», «La cámara secreta de Slytherin», «La Hermandad», «La bestia de Riswerrinder” y «La palabra de los antiguos dragones» eran algunas de las leyendas y mitos de los que trataba el libro.

Dejó el temario de lado y se puso a investigar en el libro de préstamos, buscando los nombres de los libros que había pedido Malfoy.

Nunca se sabe... –Se dijo a sí misma.

Ron se dirigió a la planta baja, preguntándose que tan importante podía ser un simple libro de mitos y leyendas. De no haber sabido en qué se había metido su hermana, la coincidencia de nombres no le habría llamado la atención; estando al tanto de la situación, le hacía dudar. ¿Era posible que Ginny supiese más de lo que le había dicho? Ya no sabía que creer.
Al llegar al hall de entrada se detuvo, dudaba seriamente que Hagrid hubiese tomado el libro. Solo lo había dicho como excusa para salir de la biblioteca. Nunca había sido su lugar de preferencia para pensar con tranquilidad.

Temía por lo que el futuro le deparaba a su hermana. «Si al menos tuviese un indicio de como podía terminar todo...»

Una idea llegó a su mente. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un trozo de pergamino plegado que le había dado Harry.

En caso de que surjan problemas. –Le había dicho su amigo.

Bueno, aquel era un buen momento para utilizarlo.

«Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas» –Sus palabras hicieron visible el mapa del merodeador.

Le echó una ojeada al igual que lo había hecho cuando llegaron para asegurarse de que no hubiera ningún intruso en el castillo. Los únicos nombres que aparecían en el mapa eran los de Hagrid, McGonagall, Filch, la Señora Norris, Trelawney y Firenze. La elección que debía tomar era irrisoria, por lo que no perdió más tiempo y se dirigió a una de las aulas de la planta baja.

Golpeó la puerta y una voz familiar lo invitó a pasar. Al entrar se encontró con el ya familiar verdor del bosque y el cielo estrellado que brillaba intensamente. Justo en el claro que se hallaba en el centro del aula, estaba Firenze observando los astros.

Señor Weasley, pase. ¿Puedo ayudarlo en algo? –Le preguntó amablemente el centauro.

Bueno profesor, espero que sí. –Le contestó Ron acercándose despacio.

«Marte brilla más intensamente que nunca» –Le soltó Firenze como al pasar.

Marte... –repitió el muchacho reflexionando– el dios romano de la guerra... ¿Acaso significa que la lucha entre Harry y Voldemort se hará más intensa?

¿Seguro que quieres ser auror como Harry? Puede que tuvieras un buen futuro en la lectura de los astros. –Ron sonrió.

No lo se... de haberlo tenido a usted como profesor en tercer año, tal vez mis prioridades habrían sido otras. –Dijo devolviéndole el cumplido.

Quizás, pero todos tenemos un camino que seguir, un camino pautado por los cielos. –Le explicó Firenze.

Profesor... ¿Es posible que uno pueda saber el futuro de una persona determinada, saber todo lo que le va a suceder? –Le preguntó Ron.

¿Temes por la vida de tu amigo Harry? –Indagó el centauro mientras volvía a dirigir su mirada a los cielos.

No, no es él. Harry siempre se ha enfrentado a toda clase de peligros y los ha sabido sortear. –Descartó el pelirrojo.

¿Entonces?

Mi... hermana Ginny. –Le contestó lentamente Ron.

Bien... ante todo responderé a tu pregunta. No, no es posible saber todo pequeño suceso de la vida de una persona, solo los más importantes, aquellos que definen quienes somos y que condicionan nuestras acciones. –Le explicó su profesor y luego le preguntó –¿Que es exactamente lo que tú quieres saber sobre el futuro de tu hermana?

Bueno, por decirlo de alguna manera, quisiera saber si sobrevivirá a lo que pronostica el brillo de Marte. –Le aclaró Ron con una media sonrisa.

¿Solo eso?

Eh... y si es posible, si... sigue estando de nuestro lado. –Le contestó inseguro.

¿Dudas de su lealtad? –Le preguntó el centauro volviendo a posar la mirada en él.

Ron sintió que se empequeñecía frente a los ojos inescrutables de Firenze.

No, es solo que... ya no se que creer. –Balbuceó el muchacho.

No te dejes cegar por las dudas. Existen pocos lazos difíciles de cortar y uno de ellos es el lazo de la sangre. Cuando llegue el momento final, será la sangre la que incline la balanza. –Lo alentó el centauro.

Al menos quisiera no andar a ciegas cuando llegue ese final. –Dijo el pelirrojo luego de exhalar un largo suspiro.

Realmente comienzo a pensar que podrías haber sido un centauro en tu vida anterior... –Le sugirió con una sonrisa.

Lo dudo... es mucho más probable que lo haya sido Hermione. –Le aclaró Ron devolviéndole la sonrisa.

Joven Weasley, no toda la sabiduría se adquiere en los libros. La mayor parte se consigue al vivir; y existe una pequeña parte, pero no por ello menos importante, que es innata en cada uno. Esa es la sabiduría del alma. La que se rige por nuestro corazón más que por nuestra razón. Nosotros la llamamos «la voz de los ancestros».

Ron guardó silencio durante un momento. Había recibido el mayor cumplido de parte de un centauro. La verdad es que dudaba mucho de que su sabiduría le llegara siquiera a los talones de la de un centauro, lo único que pudo decir fue «gracias», mientras que hacía una reverencia en señal de humildad.

Para que pueda leer en los astros el futuro de tu hermana, primero necesito saber su fecha y hora exacta de nacimiento para calcular la posición precisa de los astros en el momento en que fue dada a luz. –Le explicó Firenze.

Ron le dijo la fecha pero en cuanto a la hora de nacimiento...

No recuerdo la hora exacta. Solo se que fue al momento del amanecer, lo recuerdo porque mi madre nos contó la historia un millón de veces. Dijo que Ginny había nacido en el mismo momento en que nacía un nuevo día.

Bien eso quiere decir... que nació a las... cuatro y treinta y nueve de la mañana. –Afirmó el centauro.

¿Como hizo para saberlo? –Preguntó el muchacho asombrado.

Para un centauro las matemáticas son sencillas, no encierran ningún misterio. Son los astros, en cambio, los que presentan el verdadero reto. Interpretarlos de la forma correcta lleva tiempo, a veces más de una vida...

¿Que otra cosa necesita profesor? –Preguntó Ron.

Pues, como ya te dije, tiempo. Vuelve mañana después del desayuno y te diré lo que deseas saber, pero recuerda...

Lo se, profesor: hasta un centauro puede equivocarse. –Lo interrumpió él.

Veo que, después de todo, has prestado atención en clase... Hasta mañana.


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Faltaba ya solo una hora para que el banco de Gringotts cerrara sus puertas. Bill se encontraba contando los minutos para que finalizara su horario de trabajo. La verdad era que el trabajo administrativo no le parecía ni la décima parte de excitante como lo era su antiguo trabajo en Egipto. Aquí no tenía ninguna maldición de un antiguo sacerdote egipcio para deshacer, solo balances de cuentas. Las razones por las que no enviaba todo al diablo y regresaba a Egipto eran: su familia, su futura esposa y una mordida de hombre lobo que requería de una poción un tanto difícil de conseguir.

Los medimagos le habían aconsejado que tomara la poción matalobos de por vida, pues, si bien parecía que la maldición no lo había afectado, era posible que esta se mantuviera latente en su cuerpo y que se le declarara meses o años más tarde. La falta de registros de casos como el suyo hacía difícil un diagnóstico exacto.

Toma siempre la poción, de esa forma si algún día te conviertes, seguirás siendo tú mismo. Incluso, ya que la maldición sería mucho más débil en ti que en un caso típico, el solo hecho de tomarla podría simplemente evitar la transformación. Vuelve a hacerte un control cada mes, una semana antes de la luna llena. Quiero seguir tu caso de cerca. –Fueron las palabras del medimago.

Así que ahí estaba, impaciente porque el reloj marcara las tres y pudiera huir de esa pesadilla de extracciones, préstamos, cobros y otras transacciones de las que nunca había oído hablar hasta el día de su traslado.

Kaufling, voy por un café ¿Quieres que te traiga algo? –Le preguntó a su compañero de oficina.

No, gracias, estoy bien. –Le respondió el duende.

Bill salió de la pequeña oficina y se dirigió al hall central donde estaban las maquinas de café. Al llegar se encontró con el ya típico panorama. Una fila eterna en las tres cajas de extracciones mientras que las veinte de pagos no superaban las dos personas de espera. Se le hacía obvio que a los duendes les gustaba más que los galeones entraran a que salieran...

Entonces algo llamó su atención, en el mostrador de atención al cliente se hallaba una joven que hablaba acaloradamente con el duende de esa sección. Duifleng, el duende a cargo, se hallaba con licencia por enfermedad así que éste debía de ser solo un reemplazo. Bill no podía escuchar lo que decían, no solo debido al barullo general sino porque, al parecer, también mantenían la voz lo suficientemente baja como para no armar un escándalo.

Al final el duende se alejó en dirección a las oficinas de la gerencia y la joven pareció calmarse. Entonces volteó hacia donde estaba él y sus miradas se cruzaron.

El muchacho no pudo evitar sonreírle a tan hermosa joven. Había algo en ella que le resultaba familiar.

Tenía el pelo largo y lacio, negro como la noche, la tez blanca y unos ojos verdes brillantes como esmeraldas. Por lo que le pareció a Bill, la chica debía tener, más o menos, la edad de su hermano Ron.

La joven desvió rápidamente la mirada y volvió a darle la espalda. El muchacho recordó las cicatrices que ahora surcaban su rostro y no la culpó por hacerlo. Tomó el café de la máquina expendedora y volvió a su oficina.

¿Impaciente por irte? –Le preguntó su compañero de oficina cuando Bill volvió a comprobar el reloj por décima vez.

¿Tan obvio es? –Dijo Bill poniendo cara de sorprendido.

Nunca más de lo usual. –Le respondió con una sonrisa.

Preferiría estar encerrado en la gran pirámide, rodeado de las peores maldiciones egipcias antes de tener que ahogarme entre estos papeles. –Se quejó. –Es tan...

¿Aburrido? –Le preguntó su compañero con sorna.

Exacto, no hay emoción. –Le resaltó Bill.

Estas loco. ¿Lo sabías?

No más que la mayoría. –Le recalcó él sonriendo.

El reloj marcó las tres y Bill se apresuró para juntar sus cosas.

Espero que hayas terminado con los balances de la familia Roglan o el jefe te va a dar el gusto de encerrarte en lo más profundo de la gran pirámide. –Le advirtió el duende.

Querido amigo, no solo terminé el balance de los Roglan sino que también deje listos los de las familias Bennett, Fredwald, Atkinson y Bones. –Le aclaró seriamente.

El duende se quedó mudo.

Digo que este trabajo es aburrido simplemente porque no representa ningún reto para mí. –Le aclaró haciéndose el agrandado.

Bill se despidió de su compañero y salió de su oficina.

Al llegar a hall central se encontró nuevamente con la misma joven que, acompañada por el gerente volvía de las oficinas de la dirección. Bill se sorprendió pues debía de ser de una familia más que rica como para que el gerente del banco la atendiera personalmente, ni siquiera los Malfoy recibían ese honor.

Mientras más la miraba, más se le hacía conocida, quizás la hubiese visto en algunas de sus visitas a Hogwarts pero le parecía difícil que se olvidara de una joven tan bonita como esa.

Mientras se debatía internamente, la joven se despidió del gerente y se dirigió a la salida. Bill la siguió. No sabía por que lo hacía, simplemente la curiosidad lo impulsaba a ello. La joven anduvo un par de cuadras por el callejón Diagon hasta detenerse frente a la tienda de Ollivander. Miró por un momento la vidriera y luego entró.

Bill esperó unos minutos frente al correo de lechuzas pero comenzó a sentirse como un estúpido.

«¿Por qué diablos estoy haciendo esto? Parezco un tonto adolescente al seguir a una chica de esta forma» Se reprendió mentalmente. «Peor, si se da cuenta creerá que la estoy acechando y lo último que me faltaría es que me manden a Azkaban por pervertido... Aunque lo mas probable es que, después de que Fleur se entere, no quede lo suficiente de mi como para no enviarme más que al cementerio»

Una media sonrisa asomó en su rostro.

«En fin... nunca es un mal momento para hacerle un control a mi varita...»Se dijo mientras caminaba hacia el negocio.

Ollivander se encontraba acomodando algunas cajas. Pero lo extraño era que estaba solo. No había señales de la misteriosa joven.

Señor... Weasley ¿Verdad? ¿A que le debo el honor de su visita? ¿Problemas con su varita? –Le preguntó el anciano.

No, solo vengo a hacerle un testeo de rutina. –Le contestó Bill.

Muy bien, déjeme verla. –Le solicitó el anciano.

Bill le entregó su varita.

Veamos... a simple vista parece estar en buen estado, tiene algunas marcas típicas del uso, pero nada más que pueda apreciar... ¿Alguna razón particular por la que quiere testearla? –Indagó Ollivander.

Sólo es un formalismo que exigen en el banco. –Mintió él.

Ah... necesita un certificado por escrito, entonces.

Sí, por favor –Le solicitó Bill siguiéndole la corriente.

Bien, espere unos momentos, mientras le realizo el control –luego de decir esto, el anciano se fue hacia el fondo del negocio donde tenía su banco de trabajo.

A Bill le parecía muy extraño que la joven se hubiera desaparecido dentro del local, ya que, más allá de que no estaba bien visto hacerlo dentro de un negocio, la joven no parecía haber alcanzado la mayoría de edad como para hacerlo y que el dueño de la tienda no la denunciara al ministerio por ello.

¿Por acaso vio a una joven de cabello oscuro y ojos verdes? –Le Preguntó Bill tanteando la situación.

Pues no ¿Por qué lo pregunta? –Indagó Ollivander.

Es que se olvidó su chaqueta en el banco y de lejos, creí ver que había entrado en su negocio. –Mintió el muchacho.

Quizás haya visto mal... usted es la primera persona que entra en al menos... unas dos horas...

Pues no, no había visto mal y el hecho de que un hombre de la talla de Ollivander la estuviera encubriendo de esa forma daba para sospechar...

Bill comenzó a registrar el lugar con ojo crítico, el mismo que usaba cuando se internaba en las tumbas plagadas de trampas de Egipto, buscando algún indicio que le comprobara que el anciano, por alguna extraña razón, le estaba mintiendo.

Sobre el mostrador había un libro grande abierto, parecía ser el libro donde quedaban asentadas las ventas del negocio. Bill se acercó disimuladamente y lo ojeó buscando el último nombre. Si la chica había comprado algo, su nombre aparecería en el libro.

El muchacho tubo que leerlo varias veces para estar seguro de que había interpretado bien la escritura.

Aquí tiene señor Weasley. Me alegra informarle que su varita se encuentra en excelentes condiciones. –Le dijo Ollivander mientras se la devolvía. –Funciona tan bien como cuando se la vendí hace años.

Bill recibió la varita de forma mecánica pues su mente se hallaba ocupada procesando lo que acababa de leer.

¿Se le ofrece algo más? –Le preguntó el anciano mientras le extendía el certificado.

Sabe... –Le dijo poniendo su mano sobre el libro... –Necesito que responda otra pregunta...


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Ron y Hermione se pasaron todo resto del día sumidos entre libros de historia, y pese a haber contado con la ayuda de Hagrid y McGonagall, no obtuvieron ningún dato substancial, solo un par de casos de magia accidental donde los perpetradores terminaron muertos... o mucho peor.

El muchacho desplegó el mapa del merodeador, no estaba de más ser extremadamente precavido pues Hogwarts ya no era un lugar seguro. Tal como lo comprobó en el mapa, los dos se hallaban solos en la sala común de Gryffindor y el resto de la torre se hallaba vacía.

Ron, deja ese mapa, cada vez pareces más paranoico. –Se quejó Hermione.

Solo estoy siendo cuidadoso. –Se defendió él. –Bien, la torre está despejada, la entrada tiene una nueva contraseña y McGonagall ya aseguró las ventanas. Solo queda activar un alarma mágica aquí y otra en la escalera.

«Las escaleras», querrás decir. –Le corrigió Hermione.

No, escuchaste bien. Tú dormirás conmigo en mi habitación. –Le aclaró Ron.

Hermione se sonrojó al escuchar su propuesta.

N... no... Ni loca, yo dormiré en mi habitación. –Balbuceó ella.

Merlín, no te pongas testaruda y haz lo que te digo. –Le pidió el muchacho intentando mantener la calma.

No, Ron. Deja de insistir. –Le exigió Hermione.

Mira Hermione, en la biblioteca mandas tú, ese es tu territorio, pero fuera de ella yo estoy a cargo. Le prometí a Harry que te mantendría a salvo y pienso cumplir esa promesa. –Sentenció Ron.

Bonita forma, aprovechando la primera ocasión para intentar... ¡No me había dado cuenta de cuan pervertido eres, Ron! –Le espetó ella furiosa.

P… pero... –Ron tardó un momento en comprender las palabras de su amiga.

El muchacho lanzó una risotada, y se dejó caer en un sillón. La chica lo miraba con odio.

¿De verdad me crees tan basura como para aprovecharme de la situación? Creí que tenías un mejor concepto de mí. –Ella aún mantenía su postura. –Yo dormiré en mi cama y tú en la de Harry.

Hermione abrió grande los ojos al escuchar las palabras de su amigo y luego bajó la cabeza avergonzada por su metida de pata.

Lo siento, es que... yo... –Intentó excusarse.

No te disculpes, yo me expresé mal. –La frenó él. –La cuestión es simple. Si un mortífago llegara a entrar en la torre, tendríamos más chances de mantenernos vivos si estamos juntos a que si andamos cada cual por su habitación.

Tienes razón y... –Intentó decir ella.

Olvídalo. ¿Quieres? Mejor vámonos a dormir. –Le pidió el muchacho con voz cansada.

¿Sabes? Debería reconocer que te has vuelto todo un estratega... –Le comentó su amiga mientras subían las escaleras.

¿Que puedo decir? Soy el mejor ajedrecista del mundo mágico. «Estrategia» es mi segundo nombre. –Bromeó Ron.

No te agrandes demasiado. –Le advirtió su amiga. –Ya encontrarás la horma de tu zapato, Ronald «Estrategia» Weasley.


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La luz de la luna se filtraba entre las copas de los árboles iluminando precariamente el sendero que habría de seguir la persona que la figura encapuchada estaba esperando con impaciencia. Las horas pasaban y aún no había señales de ella.


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Ron no dejaba de dar vueltas en la cama, estaba extremadamente cansado, pero aún así no podía conciliar el sueño.

¿Te sientes bien, Ron?

Si, es solo que no puedo dormir.

Hermione corrió las cortinas de la cama de Ron y se arrodilló a su lado.

¿Quieres hablar? –Le preguntó su amiga.

¿Hablar? ¿De que? –Inquirió el muchacho haciéndose el distraído.

Ron, no soy tan tonta como para no darme cuenta de que te ocurre algo. Hace un par de días que te noto preocupado. Al principio pensé que era por lo de Malfoy, al igual que todos nosotros, pero llegado el caso hasta el propio Harry lo estaría llevando mejor que tú. –Le comentó ella. –Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.

El muchacho se sentó en la cama y lanzó un largo suspiro.

Supongo que si no se lo cuento a alguien terminaré por estallar.

Entonces adelante, cuéntame. –Lo invitó mientras se sentaba a su lado.

Ron le tomo la mano.

Bueno, verás... se trata de... –La chica se tensó. –Ginny.


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Una sombra se movió en el sendero, pero la figura no se inmutó. Podía sentir su presencia a cientos de metros de distancia tal y como si se encontrara a su lado.

Te tardaste. ¿Sucedió algo? –Le preguntó el muchacho.

No, solo quería asegurarme de que nadie me siguiera. –Respondió ella.

¿Como va todo?

Supongo que como era de esperarse, Harry sigue empeñado en emularte y lo único que ha conseguido es pasarse la mayor parte del día en el piso.

¿Crees que podría lograrlo sin ayuda? –Indagó él.

Ni en un millón de años. Lo bueno es que, de esta forma, se mantiene ocupado y ya no piensa ni en la orden, ni en buscar los horcruxes.

Perfecto, te dije que no habría nada de que preocuparse. –Le recordó el joven sonriendo.

Si lo hay... –Afirmó ella lentamente.

¿Que? –Preguntó él.

Ron escuchó nuestra conversación. Ayer intentó darme un sermón al respecto. –Le respondió Ginny.

¿Y tú que hiciste?

¿Pues que crees? Me ceñí al plan.

¿Te creyó? –Indagó él, aunque ya sabía la respuesta.

Creo que fui lo suficientemente convincente, pero es solo cuestión de tiempo para que abra la bocota y se lo cuente a alguien, probablemente a Hermione.

El joven alzó la vista al cielo con gesto pensativo.

Lo siento, es mi culpa, debería haberme asegurado de que estaríamos solos. –Se disculpó Ginny.

Ya una vez te dije que las disculpas no sirven de nada. –Le recordó Malfoy –Además, esta vez tengo un plan de contingencia.

Ginny lo miró seriamente.

¿Guerra? –Eso era lo que ella más temía.

Pues... me temo que la solución "quirúrgica" ya no es una opción. –Le remarcó él.

Pero debe de haber otra forma. Quizás si hablaras con... –Intentó sugerir Ginny.

No, él me encomendó este trabajo y no pienso volverle a fallar. –Dijo el muchacho terminante.

Solo quiero que esto termine de una buena vez... –Le confesó ella.

Lo se, estás harta de interpretar el papel de la dulce e inocente Ginny; quieres gritarle a todo el mundo quién eres realmente. Yo ya he pasado por eso hermanita. Ten paciencia, ya falta muy poco para que todo termine. –Le dijo el muchacho mientras la abrazaba.

Esta bien, «hermanito». Dime que debo hacer.

Tú reúne a los tuyos y «encárgate» de Harry. Yo me ocupo del resto. –Le ordenó Malfoy.


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Hermione no podía creer lo que sus oídos acababan de escuchar. ¿Ginny pretendía convertirse en una espía de la orden?

¿Y le creíste? –Le preguntó la muchacha con un hilo de voz.

Realmente no me conoces. ¿Verdad? –Le reprochó Ron. –¡Por supuesto que no le creí!

¿Que parte de su historia no te cierra? –Le preguntó ella.

Supongo que la forma con la que reaccionó cuando Malfoy le reconoció el haber matado a los Dursley. –Hermione guardó silencio. –La Ginny que yo conozco, le habría sacado lo ojos a ese maldito por haber hecho sufrir a alguien a quien ama.

¿Podría ser posible que Malfoy la tenga bajo el maleficio Imperius? –Aventuró su amiga.

No lo se, al menos eso espero. No me gustaría enfrentarme al dilema que se me presentaría de no ser así. –Le comentó Ron.

¿A que te refieres?

Que no quisiera tener que elegir entre ella y Harry. –Le explicó apesadumbrado.

Hermione no podía creer las palabras de su amigo.

¿Insinúas que si tu hermana fuera una mortífaga, considerarías el unirte a Voldemort?

Ginny es mi hermana, sabes que haría lo que fuera por mantenerla a salvo. –Le recalcó él.

¿Incluso venderle el alma al diablo?

Si no me quedara otra opción, sí, lo haría. –Admitió Ron.

¿Y que si Voldemort te exige que mates a Harry? –Le preguntó ella desafiante.

Nunca tendría la menor chance de vencerlo. –Respondió él descartando la idea. –Al menos mi muerte serviría para que Ginny comprendiera que estaba equivocada.

¿Y si... si te enviara a por mí? –Preguntó ella con a penas un hilo de voz.

Ron bajó la vista.

Entonces me quitaría la vida... –Afirmó en voz baja. –Te amo demasiado como para poder hacerte el menor daño.

Hermione se quedo paralizada con su declaración.

Lo siento. –Se disculpó Ron al ver la cara de su amiga. –La falta de sueño me esta haciendo decir... –No pudo terminar la frase, Hermione lo calló con un largo y dulce beso en los labios.




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