Capítulo:
1
«Un
triste regreso a la madriguera»
Harry
contemplaba las ruinas humeantes y ennegrecidas de lo que en otro
tiempo había sido su casa. Había odiado ese lugar desde que tenía
memoria; pero ahora, lo único en lo que podía pensar, era en cuanto
lo extrañaba. Ginny estaba a su lado abrazándolo con fuerza,
expresando todo el amor que sentía por él. Hermione y Ron se
hallaban un poco más alejados observando la misma escena.
Todos
vieron como los bomberos sacaban tres cuerpos de entre los escombros.
Harry sabía quienes eran… sus dos tíos y su primo. Ya no le
quedaba familia alguna, todos habían muerto. A pesar de haber
despreciado tanto a los Dursley no pudo evitar que las lágrimas
comenzaran a bañar su rostro.
Se sentía
culpable por la muerte de todos: Sus padres, Cedric, Sirius,
Dumbledore y ahora los Dursley. Creía, o más bien deseaba creer,
que todos estarían vivos si no fuera solo por su mera existencia.
–Desearía
nunca haber nacido. –Dijo en voz muy baja.
–Nunca
vuelvas a decir eso. –Le reprochó Ginny – ¿Crees realmente que
habría hecho alguna diferencia? –Ella sabía perfectamente en que
estaba pensando el muchacho.
Él no le
contestó, pero la palabra que resonó en su mente fue “No”.
–Harry
–Sonó la voz de Ron a sus espaldas. –Creo que es mejor que nos
vallamos, los aurores se harán cargo de todo.
–Lo se…
pero antes quisiera saber si se salvo algo del fuego. –Mintió
Harry. La verdad era que no tenía fuerzas para moverse, la visión
que tenía delante lo había abatido por completo.
–No te
preocupes por eso, si algo se salvó, mi padre hará que te lo envíen
a la madriguera. –Le dijo Ginny.
Harry sacó
fuerzas del amor que le profesaban esos ojos avellana y comenzó a
alejarse junto con sus amigos. En su mente comenzó a surgir una idea
y mientras más le daba vueltas, más se fijaba en su cerebro.
¿Era
seguro para sus amigos que él se quedara con ellos? Había terminado
con Ginny solo para protegerla, para que no la usaran como medio de
llegar a él. Mantener distancia con sus amigos y con el amor de su
vida, ese había sido el plan. Todo por protegerlos. Así fue como se
refugió en la casa de sus tíos, a pesar de lo desagradable que
pudiera ser, convencido de que los hechizos que Dumbledore había
echado sobre esta lo mantendrían a salvo de su némesis… pero
estaba equivocado.
Esa mañana
se había propuesto salir. Se sentía agobiado por haber estado casi
tres semanas encerrado con los Dursley; pero no porque lo trataran
mal, al contrario, lo trataban demasiado bien, tanto que llegaba a
ser harto alarmante. Sus tíos lo trataban con respeto y ya no lo
obligaban a realizar los quehaceres del hogar, incluso le habían
regalado ropa nueva argumentando que la ropa vieja de su primo no le
quedaba bien. Harry no supo como reaccionar ante esta vuelta de
ciento ochenta grados en la forma de ser de los Dursley más que
poniendo una cara de perplejidad absoluta. Para colmo de todo, Dudley
se mostraba sumamente amable con Harry y el día anterior le había
pedido disculpas por haber sido una basura con él durante tantos
años… ¡eso era demasiado!
–… después
de todo somos primos. ¿No? –Había terminado Dudley.
El chico
era otra persona. La única explicación que Harry se daba era que la
visita de Dumbledore a Privet Drive, a fin del verano anterior, de
alguna forma había generado un cambio en ellos, haciendo que el muro
que separaba ambos mundos cayera por completo. Los Dursley habían
tomado verdadera conciencia de lo que estaba pasando a su alrededor,
de que la amenaza de Voldemort era algo muy real y que si Harry
dejaba de llamar a su casa “hogar”, las protecciones mágicas que
les habían dado tanta seguridad desde la vuelta del señor oscuro
desaparecerían dejándolos en las manos del innombrable.
O era eso,
o realmente habían perdido un par de tornillos.
En fin…
si bien las cosas no podían ir mejor, todo este cambio resultaba
demasiado brusco y repentino como para poder asimilarlo fácilmente.
Harry necesitaba salir de la casa para pensar con claridad, así que
aprovechó esa mañana para ir al Valle de Godric a visitar la tumba
de sus padres. Hacía largo tiempo que tenía esa deuda consigo mismo
y quería saldarla de una vez por todas.
– ¿Quién
sabe? Quizás al verlos me llegue la iluminación para idear una
forma de terminar con todo esto de una buena vez. –Había pensado
intentando ser optimista.
Cuando su
primo lo interceptó antes de marcharse y le preguntó adonde iba,
Harry le mintió diciendo que iba a dar una vuelta por ahí y que
volvería tarde.
–Entiendo
que aún no confíes en mí… así que si no me lo quieres decir,
esta bien, no hace falta que me mientas. –Le dijo su primo con una
sonrisa.
¿Desde
cuando Dudley era tan perspicaz? Harry sintió que no debía luchar
contra la corriente y le contó la verdad. Quizás era la hora que
probar hasta donde obraba el cambio en Dudley. Su respuesta lo dejo
sin habla.
–Lástima
que ya halla arreglado para salir con… alguien, sinceramente me
hubiera gustado acompañarte. Desde que me enteré de lo de la magia,
siempre quise saber algo más sobre mis tíos. –A Harry le pareció
que hablaba con absoluta franqueza.
–Si
quieres… puedo hablarte sobre ellos. –Dijo Harry entregándose
por completo a esta nueva locura.
–Excelente,
entonces esta noche… claro, si no vuelves demasiado cansado…
–Dijo su primo entusiasmado. Para Harry ese fue el colmo de la
amabilidad.
–Bueno.
–Fue lo único que le salio de la boca y salió por la puerta lo
más rápido que pudo.
Se alejo un
par de calles hasta alcanzar un estrecho callejón libre de toda
mirada. Sacó de su bolsillo la foto que Hermione le había mandado.
En su reverso había una inscripción. Se concentró en la imagen de
la foto y el muchacho se esfumó en el aire.
Se apareció
en la entrada del pueblo del Valle de Godric. Pero como el lugar que
quería visitar primero se encontraba fuera del pueblo, tomó un
camino que lo rodeaba un poco y luego se alejaba unos doscientos
metros hasta conducirlo a la entrada del pequeño cementerio.
Encontrar
las tumbas de sus padres no le costó demasiado, ya que la
inscripción en el reverso de la foto indicaba su exacta ubicación.
Su amiga había pensado en todo. Las lapidas eran un poco más
grandes que las demás y el suelo estaba totalmente cubierto de
flores de todo tipo.
Harry se
paso toda la mañana y parte de la tarde sentado frente a las tumbas
de sus padres, hablándoles, contándoles entre sollozos todo lo que
había vivido desde que había entrado en Hogwarts; desde el primer
encuentro con los Weasley en la plataforma nueve y tres cuartos hasta
el entierro de Dumbledore. Toda una catarata de recuerdos, muchos de
ellos felices pero también otros tan trágicos que opacaban a los
anteriores.
Ya serían
las cuatro y media de la tarde cuando se puso de pie y se despidió,
no sin antes prometerles que volvería a visitarlos.
Iluminación:
ninguna.
Catarsis:
mucha más de la que podría desear tener en toda su vida.
Se dirigió
hacia la salida, pues antes de volver con los Dursley quería visitar
los restos de la casa donde perdió a sus padres esa fatídica noche…
la misma noche en la que se salvó de milagro… la que marcó su
vida para siempre.
Cruel fue
el destino con él, sí, y mucho más cuando se dio cuenta de que
eran otras las ruinas por las que terminaría llorando esa tarde.
En la
puerta del cementerio se encontró con Ginny junto a su padre. Detrás
de ellos había un auto que reconoció como uno de los que, una vez,
le había prestado el ministerio al señor Weasley para llevarlo a
salvo hasta la estación de King Cross. Viendo el rostro bañado en
lágrimas de la chica que corría a abrazarlo, el muchacho supo al
instante que Voldemort se había cobrado otra víctima, pero nunca,
jamás, se habría esperado que fueran los Dursley.
Por lo que
Arthur le contó luego, había habido una explosión y luego las
llamas habían barrido con lo poco que quedaba de la casa. Los
Dursley habrían muerto en el acto.
Todo el
viaje desde Privet Drive hasta la madriguera lo hicieron en silencio.
Al llegar Molly los esperaba con una taza de té caliente lista para
cada uno.
Harry
seguía pensando en que si era seguro quedarse en la madriguera,
exponiendo a los Weasley al mismo destino que los Dursley. Su
respuesta habría sido un “Sí” terminante si no fuera por una
pequeña cosa que le perforaba la mente sin parar.
– ¿Por
qué? ¿Por qué atacar a los Dursley cuando yo no estaba? –La
pregunta fue para si mismo pero inconscientemente la había
pronunciado en voz alta.
Todos los
que se hallaban sentados a la mesa se quedaron helados frente a la
pregunta. El silencio se hizo total y Harry cayó en cuenta de que no
la había echo para sus adentros. Los miró a todos y volvió a
repetirla.
–Cariño
no te preocupes ahora por eso –le dijo la madre de los pelirrojos
en un intento de cambiar de tema –quizás sería mejor que comieras
algo y te recostaras unas horas–.
Harry la
ignoró.
–Si
Voldemort me quiere a mí ¿Por qué gastar el esfuerzo de traspasar
las defensas mágicas de Dumbledore si yo no estaba? –La voz del
muchacho suplicaba una respuesta.
–Quizás…
no sabía que habías salido. –Dijo Ron poco convencido.
–Te lo
creería si me hubiera desaparecido dentro de la casa. Pero la verdad
es que salí por la puerta del frente. Cualquiera que estuviera
vigilando la casa me habría visto salir. Entonces… ¿Por qué? –Su
voz sonaba desesperada.
–Porque
simplemente no iba en tu búsqueda. Su objetivo era destruir todo lo
que te quedaba de familia. –Le contestó Arthur con amargura.
Harry
siempre supo la respuesta pero necesitaba que otro se la dijera.
Voldemort quería dejarlo solo, para que en su desesperación
cometiera una estupidez, tal cual lo había hecho años atrás al
creer que Sirius había sido capturado.
–Ahora la
única familia que me queda son ustedes. Hasta ayer creía que la
única forma de protegerlos era alejándome. Pero hoy me doy cuenta
de que la única esperanza que queda es la de mantenerlos lo más
cerca posible. –Meditó en voz alta.
Su rostro
se ensombreció y un brillo de furia surgió en su mirada.
–Así
Voldemort tendrá que pasar sobre mi cadáver antes de tocar a uno de
ustedes. –Su voz sonó grave y terminante con una energía que
sorprendió hasta al mismo Harry.
–Arthur
reúne a la orden, puede que no les termine gustando pero, desde
ahora, asumo el mando. Estoy harto de esconderme como un cobarde.
Llegó la hora de atacar. Tenemos que hallar la localización de los
cuatro horcruxes restantes y destruirlos–.
–Harry
debes saber que si Dumbledore tenía alguna idea de donde se hallaban
nunca nos lo dijo. –Le aclaró el señor Weasley.
–Para
empezar uno de los cuatro es el propio Voldemort, por lo que solo nos
quedarían tres. –Harry sabía (en cierta forma) donde buscarlos.
–Tendremos que escarbar en su pasado pues los tres anteriores
estaban estrechamente ligados a él–.
Arthur
asintió con la cabeza.
–Creo que
aceptaré su generosa oferta, señora Weasley… pero solo en la
parte de la siesta. –Le dijo Harry.
–Muy bien
querido, tu cama esta lista. –Luego se dirigió a Ron.
–Acompáñalo…–
–No hace
falta, se muy bien donde está el cuarto de Ron. –La interrumpió
Harry de la forma más amable.
Se levantó
de la mesa para dirigirse hacia las escaleras pero unos pasos antes
de llegar giró sobre sus talones y se acercó a Ginny.
– ¿Podrás
perdonarme por haber sido tan idiota? –Le preguntó al amor de su
vida.
La chica
sonrió y entonces se besaron tiernamente. Harry pensaba en las tres
semanas que habían pasado desde que se separaron en la estación.
Tres semanas totalmente desperdiciadas… No… no era verdad. El
cambio en los Dursley hacía que esas semanas significaran algo, no
sabía exactamente qué, pero era especial.
Harry dejo
a sus amigos y subió las escaleras.
–Bien
Harry, sigue así… –se dijo a si mismo –dales una esperanza…
no dejes que vean como te estas deshaciendo por dentro–.
Al entrar
en la habitación de Ron se encontró a Pig revoloteando en su jaula
y una nueva punzada de dolor lo atravesó en la boca del estomago.
Hedwig se había quedado en la casa.
–Quizás
presintió el peligro y escapó a tiempo. –Se consoló Harry.
Le había
dejado la jaula abierta junto con la ventana de su cuarto. Existía
la remota posibilidad de que escapara o que simplemente hubiese
salido a ejercitar las alas… quizás en la mañana se la
encontraría parada en el alfeizar de la ventana.
El muchacho
se desvistió y cayó rendido en la cama. Comenzó a llorar en
silencio. Había perdido casi todo; solo le quedaban sus amigos.
Lloró hasta quedarse sin lágrimas y luego se sumergió en un sueño
inquieto.
Entrada la
madrugada, se despertó sobresaltado. Ron dormía profundamente en la
cama de al lado. Harry dio un par de vueltas en la cama pero ya no
podía conciliar el sueño, luego su estómago empezó a reclamar
algo de comer, así que se incorporó y se puso los pantalones, pero
antes de dirigirse a la puerta, se acercó a la ventana abierta del
dormitorio a respirar un poco de aire fresco. Era una hermosa noche
sin luna; una de esas en las que se puede divisar hasta la estrella
mas pequeña del firmamento. Algo le hizo desviar la mirada hacia la
línea de sauces que delimitaba el jardín de los Weasley, al
principio creyó que era su imaginación pero tras unos segundos de
expectación, una sombra se movió entre los árboles. Harry se
alarmó, había alguien o algo rondando la casa.
Abrió la
puerta del cuarto y salió. Recorrió el pasillo hasta la escalera y
comenzó a bajar por ella. Antes de llegar a la cocina advirtió que
esta estaba tenuemente iluminada. Harry empuño la varita con fuerza
y entró en la cocina listo para eliminar a cualquier mortífago que
se hubiera atrevido a entrar en la casa; pero se detuvo en seco al
ver que la única persona se hallaba en el lugar era la chica
pelirroja que amaba con toda su alma.
Ginny
estaba junto a la puerta, mirándolo fijo, el muchacho aún tenía la
varita levantada apuntando a la chica.
– ¿Sabes?
Sin que digas “Lumus”, dudo que esa cosa te sirva de mucho en la
oscuridad. –Le dijo ella con tono de burla.
Harry
suspiró y se guardó la varita en el bolsillo. Ginny tenía puesto
un pijama de verano color verde claro. Se veía tan sensual en él
que el muchacho sintió que su corazón se aceleraba. La chica se
acercó y él la tomó por la cintura. Sus rostros se acercaron y
Harry se perdió en los ojos avellana de la chica. Comenzaron a
besarse a la luz de las pocas velas que alumbraban el ambiente y no
dejaron de hacerlo hasta sentir saldadas esas tres semanas que habían
pasado separados.
Él la
volvió a mirar a los ojos. Los ojos verde esmeralda de Harry ardían
de deseo y Ginny supo al instante cual era el pensamiento que cruzaba
por la mente del muchacho, pues era exactamente el mismo que pasaba
por la suya. Casi lo perdió una vez y no tenía ninguna intención
de dejarlo ir de nuevo. Verlo con el torso desnudo, tan cerca de ella
y con esa mirada que le decía: “quiero amarte hasta ahogarte de
placer”, era demasiado tentador. Pero sabía muy bien que ese no
era el momento ¡y menos el lugar! Podría terminar echando por
tierra todo el plan y eso sería desastroso.
Desvió su
mirada hasta encontrar las escaleras y entonces se mordió el labio
inferior aparentando nerviosismo.
– ¿Sabes
lo que haría mi madre si nos encontrara…? –Ginny se ruborizó
antes de terminar la pregunta y el muchacho sonrió.
–Creo…
que preferiría no averiguarlo. –Le contestó y los dos comenzaron
a reírse.
El momento
pasó y la chica se acercó a la mesa. Sobre ella se hallaba el
candelabro que proveía toda la luz del ambiente y un libro al que
Harry no llegó a distinguir el título.
– ¿No
podías dormir? –Le pregunto Harry señalando el libro.
–No.
Supuse que uno de los libros de aritmancia avanzada de Hermione
lograría que me durmiera al instante… pero no resultó. –Le
contestó la chica con un dejo de ironía.
–Entonces
saliste a tomar aire fresco para despejarte la mente. –Concluyó
Harry, pues lo supo al verla parada al lado de la puerta. –No te
culpo, a Ron y a mí nos provoca dolor de cabeza el mero hecho de ver
uno de esos libros.
– ¿De
que hablas? – Preguntó Ginny extrañada y Harry se inquietó.
–Es que
te vi en el jardín desde la ventana de la habitación y luego al
lado de la… –El muchacho calló antes de terminar la frase.
–Harry,
solo me aseguraba de que la puerta estuviese cerrada. No salí para
nada. –El muchacho sabía que decía la vedad.
¿Cómo
podía haber sido tan estúpido? Él besuqueándose tan tranquilo
mientras alguien los asechaba desde fuera de la casa.
Harry apagó
las velas de un soplido y se acercó a la ventana. Con cuidado
descorrió una de las cortinas lo suficiente como para poder ver el
exterior de la casa. Desde allí no llegaba a notar la hilera de
árboles, pero ya no era necesario, la persona se encontraba parada
en el jardín, a unos cinco metros frente a la ventana. Podía llegar
a distinguir su silueta levemente; no había duda, alguien estaba
acechándolos al amparo de las sombras. El corazón de Harry latió
con fuerza.
–Hay
alguien afuera. –Le dijo a Ginny en un susurro.
La chica se
quedo helada.
–Pase lo
que pase, no salgas. Despiértalos a todos y pónganse a salvo. –Fue
una orden terminante, a pesar de que mantuvo el mismo volumen de voz.
Ginny no
pudo reaccionar lo suficientemente rápido como para detenerlo. En un
abrir y cerrar de ojos, Harry salió por la puerta. Sabía que su
mejor oportunidad era agarrar al intruso desprevenido.
– ¡Expellarmus!
–Grito con todas sus fuerzas.
– ¡Protego!
–Respondió el intruso.
El hechizo
se desvió antes de llegar al blanco y a Harry se le erizaron los
pelos. Conocía esa voz, sabía de quien se trataba y si le quedaba
alguna mínima duda, esta se disipó cuando la luz del hechizo
iluminó el rostro del intruso. Era Draco Malfoy.
En un
instante una sucesión de imágenes pasaron por su mente: la torre,
los mortífagos, Draco, Snape, un rayo esmeralda y Dumbledore cayendo
al vacío. La ira comenzó a apoderarse de Harry. ¿Por qué Malfoy
estaba ahí? ¿No era obvio? Voldemort le había encargado realizar
el trabajo sucio. Primero acabó con los Dursley y ahora venía por
la familia Weasley.
Harry oyó
la voz de Ginny, llamándolo. No iba a permitir que Malfoy le
hiciera daño, ni a ella ni a nadie más. Toda la furia y el odio que
sentía en ese momento estallaron súbitamente en un grito para
terminar con la miserable vida de Malfoy de una vez por todas.
– ¡Avada
Kedavra! –exclamó con todas sus fuerzas.
Un haz de
luz verde esmeralda salió de su varita con tanta intensidad que
iluminó todo el jardín cegándolo por un momento. Cuando su vista
se recuperó, la visión que tubo en frente lo aterró. El hechizo
había dado en el blanco, sí. Pero el resultado distaba mucho de lo
que Harry nunca se podría haber llegado a imaginar.
Draco
estaba vivo; y no solo eso, sus ojos relampagueaban mientras que un
aura blanquecina lo envolvía por completo. Su brazo derecho,
relajado, aun sostenía su varita, mientras que el izquierdo
permanecía extendido hacia Harry, con la palma abierta hacia delante
y una esfera verde esmeralda, inerte, frente a ella.
La esfera
era sin duda el hechizo que Harry le había lanzado. El único que no
tenía defensa. El Avada Kedavra.
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